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MCMXCIV

Posted: September 4, 2009 in Sueños fumados

Nunca en mi vida había ido a un concierto pero aún sin tener un parámetro de comparación, supe que aquel tendría que ser el mejor al que iría en mi vida. El escenario era el Coliseo Romano ¿Podría haber uno mejor? Ninguno que pudiera imaginar.

Yo estaba –por ponerlo en palabras sencillas- hasta casita de la chingada. Trepada incómodamente en un enorme pedazo de roca de quién sabe cuantos cientos de años de antigüedad. Desde ahí apenas lograba ver el escenario y seguramente a él lo vería como un puntito en la distancia, pero no me importaba.

Aún estando tan lejos, podía distinguir a la perfección el color morado de las enormes cortinas de terciopelo que adornaban el escenario y que nos ocultaba, a los espectadores, lo que había detrás.

Michael Cretu salió al escenario interpretando al personaje principal del video de sadeness: un monje vestido de túnica roja. La capucha cubriéndole el rostro.

La música comenzó. Lo supe porque todos les espectadores comenzaron a brincar y a aplaudir.

Yo no pode escuchar nada.

Sentía las vibraciones que la música estaba emitiendo. Fuertes, casi violentas; pero no podía escuchar nada. Comencé a desesperarme. Estaba ahí para disfrutar de mi grupo preferido y no podía escuchar un carajo.

Me lancé desde lo alto de la roca hacia el suelo y comencé a abrirme paso entre la gente. No fue muy difícil al principio porque había muchos espacios vacíos, pero a medida que me acercaba, la audiencia se hacía más y más apretada. Chocando unos con otros, cada uno celando sus pocos centímetros de espacio.

Las vibraciones iban en aumento, como el tempo de canción. Volteé alrededor, había algo que estaba mal, más allá de mi sordera súbita, había algo muy mal. Toda la gente se movía como una sola masa, no como individuos. Era como si fuesen parte de un todo. Todos tenían la mano derecha en alto, haciendo un mismo movimiento y haciéndolo al mismo tiempo, casi como alabando.

Ya no estaba muy lejos del escenario, pero aún no podía ver el rostro de Cretu bajo la capucha de la túnica. Ahora, sin embargo, podía apreciar que las cortinas tenían orillas de un color amarillo chillón que me resultaba indigesto.

Volví a mirar a la gente y esta vez noté que sus miradas estaban perdidas, como si sus mentes no estuvieran ahí. Como si sus cuerpos fuesen cascarones vacíos.

Tuve miedo, pero tenía que llegar hasta el escenario. Seguí caminando, abriéndome paso a base de empujones, codazos y pisotones.

Estaba quizás a unos 20 metros de llegar cuando la cortina cayó y se desvaneció. Una masa enorme, lo más parecida a un cerebro gigantesco de color morado, sí, el mismo morado de las cortinas, con una tira de púas amarillas atravesándolo transversalmente, se movía en un ritmo que me pareció reconocer.

Volteé de nuevo hacia la gente. Tenían que estar tan aterrados como yo.

Entonces supe en dónde había visto ese movimiento. Era exactamente el mismo que la masa estaba repitiendo. Era el mismo de las vibraciones que percibía. Era el que correspondía a la música que no podía escuchar.

Nadie pareció darse cuenta de lo que estaba pasando. Todos seguían contentos, bailando, brincando, levantando la mano derecha y repitiendo el movimiento.

Volteé hacia el escenario, la incredulidad apoderándose de mí más que el miedo.

La canción estaba por terminar. Cretu se retiró la capucha y entonces pude ver que en la parte superior de su cráneo, había una réplica idéntica, pero diminuta de el cerebro morado con púas amarillas. Aquel, también moviéndose al ritmo de la música.

La canción terminó. Michael Cretu me miró. Y aunque no volteé, pude sentir millones de miradas sobre mí.

Entonces desperté.

En aquel tiempo tenía 14 años y Enigma era mi grupo favorito.